Miedos Infantiles

Durante el crecimiento del niño aparecen miedos, la mayoría de los cuales son emociones normales que desaparecen con la edad. Otros se mantienen y pueden desembocar en fobias, necesitando la ayuda de un psicólogo infantil.

niño con ansiedad

¿Qué consideramos miedos infantiles?

A lo largo de su desarrollo evolutivo, nuestra opinión como psicólogos es que los niños experimentan una gran variedad de miedos infantiles. Habitualmente los miedos infantiles son pasajeros y de poca intensidad, de modo que no interfieren en el día al día del niño y de su familia. En estos casos, es superflua la ayuda de psicólogos.

Sin embargo, en algunas ocasiones, estos miedos infantiles no desaparecen con el tiempo -o son tan intensos que generan mucho sufrimiento en el niño y alteraciones en la vida familiar-.

El miedo: una oportunidad para aprender a gestionar emociones

El miedo es una emoción más que el niño tiene que aprender a gestionar. Supone una alarma psicológica ante situaciones potencialmente peligrosas, que ponen en riesgo la integridad física o el bienestar de la persona que lo padece: el miedo a separarse de los padres mantiene al niño cerca, de forma que pueda estar seguro, el miedo a los extraños, a la oscuridad, a los ruidos fuertes… todos estos miedos infantiles tienen una misión: salvaguardar al niño de los peligros y evitar que corra un riesgo innecesario. La ausencia de este sentimiento supone una temeridad y un niño sin miedo es un verdadero peligro andante.

Tipos de miedos infantiles

Los miedos infantiles evolutivos de los que solemos hablar los psicólogos suelen disminuir con la edad y su naturaleza va variando:

De 0 a 2 años

Son miedos infantiles claramente evolutivos: a la pérdida brusca de la base de sustentación, a los ruidos fuertes, a los extraños, a la separación de los padres, a los animales, a la oscuridad…

De 3 a 5 años

Disminuye el miedo a la pérdida de soporte y a los extraños, pero puede mantenerse el miedo a los ruidos fuertes, la separación de los padres, los animales y la oscuridad. Aparecen nuevos miedos infantiles como el daño físico o a los disfraces.

De 6 a 8 años

Aumenta el miedo relacionado con seres imaginarios, las tormentas, la soledad… y, obviamente, aparecen los miedos infantiles a la escuela.

De 9 a 12 años

Aumenta el miedo por causas escolares (a los exámenes, a suspender, a que el profesor me pregunte…) y los miedos más “sociales”: hacer el ridículo, no tener amigos, no gustar a los demás. También suele aparecer la preocupación y el miedo a la muerte alrededor de estas edades.

De 13 a 18 años

Los principales temores están relacionados a miedos sociales y escolares junto con una preocupación cada vez mayor por el aspecto físico.

Componentes de los miedos infantiles

Como psicólogos, siempre os informamos que cualquier miedo tiene un componente subjetivo: pensamientos intrusivos, sentimiento de malestar, preocupación, inseguridad, y un componente objetivo: taquicardia, enfados o rabietas, conductas de huida, sudoración excesiva, incluso problemas gástricos como diarrea o vómitos.

Cuando los miedos infantiles se convierten en fobias

Cuando un miedo es desproporcionado (lo temido no supone objetivamente una amenaza) y desadaptativo, es decir, que la respuesta de miedo es tan intensa que produce malestar, preocupaciones y síntomas desagradables (en niños son habituales los dolores de cabeza y de estómago relacionados con el miedo) se considera que estamos frente a una fobia. Una fobia infantil necesita tratamiento por parte de psicólogos. Es el caso del niño que se niega a ir a la escuela o que enferma cuando hay exámenes, también el que tiene una preocupación por la muerte o la enfermedad que no le deja dormir, el que no es capaz de quedarse solo en su habitación, el que se niega subir en ascensor, etc.

En estos casos concretos de miedos infantiles es conveniente consultar con un psicólogo infantil para que evalúe las características del miedo, las implicaciones en la vida de la familia de forma que pueda orientar a los padres para hacerle frente y dotar al niño de herramientas para manejar su malestar.

 

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